La banda de Luden Viana había ido ganando terreno en la escena del rock alternativo brasileño mientras él trabajaba como editor de cine independiente. Pero todo esto cambió en marzo de 2020 cuando el COVID-19 arrasó el país.
La ansiedad y la depresión aumentaron un 25% mundialmente el primer año de la pandemia de COVID-19, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En un intento por detener la propagación del virus, las autoridades locales prohibieron las reuniones masivas. “Ya no podíamos actuar”, dice Viana a SciDev.Net desde su casa en Morro Grande, en las afueras de São Paulo en Brasil.
Los empleos también escasearon. “Perder todas mis fuentes de ingresos desencadenó sentimientos de miedo y angustia, que luego evolucionaron a ansiedad y depresión”, dice Viana, de 31 años, y agrega que finalmente buscó ayuda y recibió medicamentos para el insomnio, la depresión y la ansiedad.
Al igual que él, miles de personas en todo el mundo desarrollaron algún problema de salud mental relacionado con la pandemia. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la prevalencia mundial de ansiedad y depresión aumentó 25 por ciento en 2020, el primer año de la pandemia, que se sumaron a los casi mil millones de personas que ya vivían con un trastorno mental en el planeta.
El primer estudio global sobre percepciones y experiencias de riesgo para la seguridad de las personas mostró que la salud mental se vio afectada como consecuencia de la pandemia.
La edición 2021 de la Encuesta Mundial de Riesgos de la Fundación Lloyd’s Register revela un aumento en los daños relacionados con problemas de salud mental que superó en cinco puntos porcentuales los hallazgos de la primera edición en 2019. Esta la convierte en una de las fuentes de daño que más aumentó en el estudio.
Los hallazgos se basan en más de 125.000 entrevistas realizadas por la organización encuestadora Gallup en 121 países, incluidos lugares donde hay pocos o ningún dato oficial sobre estos temas.
Los aumentos se observaron en todas las regiones del mundo y en todos los grupos de ingresos por país. En África subsahariana, por ejemplo, alrededor de tres de cada diez personas dijeron que habían experimentado personalmente, o conocían a alguien que había experimentado, daños graves a la salud mental en los últimos dos años.
Las preocupaciones causadas por el riesgo eminente de infección y muerte por COVID-19 eran uno de los principales factores estresantes que afectaban la salud mental, en particular de las personas que pertenecían a grupos de alto riesgo, o cuyos trabajos implicaban interacción física, como los trabajadores de la salud.
En contacto constante con personas infectadas, el personal médico, de enfermería, de primeros auxilios y las personas trabajadoras de salud comunitaria, sufrieron un estrés intenso durante el primer y segundo pico de COVID-19. Muchos (as) de ellos (as) desarrollaron síntomas de ansiedad y depresión, además de irritabilidad e insomnio, vinculados al miedo a contagiar o perder a familiares.
Para otros (as) fue el impacto real de contraer la enfermedad lo que provocó o exacerbó los problemas de salud mental.
“Cuando enfermé de COVID-19 en 2021, no solo luché contra el virus, sino que también enfrenté el estigma de mi propia comunidad”, dice Florence Awuma, una sobreviviente de COVID-19 del norte de Uganda. Ella dice que incluso su propia familia la rechazó durante su momento de necesidad.
Sufriendo intensos dolores por tos y dificultades respiratorias, Awuma, de 51 años y vendedora en un mercado, recibió tratamiento en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Lacor, en la ciudad de Gulu, tras contraer el virus.
“Todavía estoy en el camino de la recuperación y sigo lidiando con dificultades y dolor persistente en mi lado izquierdo”, dice, explicando que los síntomas a largo plazo, como una tos persistente acompañada de saliva espesa, han alimentado el estigma.
“También sigo teniendo una enfermedad mental debido al aislamiento y al abandono”, añade, deseosa de hablar de su experiencia para concienciar sobre el virus y las medidas preventivas. “A veces me pongo muy triste”, reconoce.
“El COVID-19 ha dejado una huella significativa en personas y comunidades de toda África, particularmente en el ámbito de la salud mental”, dice Naeem Dalal, psiquiatra y consultor de salud mental del Instituto Nacional de Salud Pública de Zambia.
“El miedo a enfermar y la preocupación por un futuro incierto pesaban mucho en las mentes de las personas”, añade Dalal.
“Medidas como los confinamientos y el distanciamiento social fomentaron una sensación de aislamiento, amplificando aún más los sentimientos de soledad y aprensión”, remarca.
Todo esto ha llevado a niveles elevados de estrés, ansiedad y miedo, dice Dalal. Pero a pesar del impacto generalizado en la salud mental, algunas personas siguen dudando en buscar ayuda por miedo a ser juzgadas o discriminadas, afirma.
Juliet Nakku, directora ejecutiva del Hospital Butabika en Kampala —el hospital nacional de referencia para la salud mental de Uganda—, señala que la pandemia exacerbó los desafíos existentes en materia de salud mental a medida que la incertidumbre cobraba gran importancia.
“Si bien las condiciones [de salud mental] existían antes del COVID […] durante y después de la pandemia, en particular, hubo un aumento en varias de ellas”, añade Nakku, citando como ejemplos la depresión, los trastornos de ansiedad y los efectos del abuso de alcohol y sustancias tóxicas.
Muchas personas enfrentaron depresión y ansiedad severas después de su recuperación de COVID-19, y el insomnio se generalizó, particularmente entre aquellas que habían experimentado síntomas graves y estancias en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), explica.
El cambio al trabajo desde casa afectó a muchas personas en países como Brasil, que tiene el nivel más alto de daños graves a la salud mental en la región de América Latina y el Caribe, según la encuesta.
El 44 por ciento (más de dos de cada cinco) de personas encuestadas en Brasil dijeron que ellas mismas, o alguien que conocían, habían experimentado daños en la salud mental en los últimos dos años, en comparación con el promedio regional de aproximadamente el 29 por ciento (uno de cada tres).
“El teletrabajo durante la pandemia exacerbó el aislamiento social y el estrés laboral, la soledad, los conflictos familiares y también el consumo de alimentos y alcohol”, afirma el psicólogo Bruno Chapadeiro Ribeiro, investigador de la Universidad Federal Fluminense, en Río de Janeiro.
Chapadeiro ha estudiado los impactos del COVID-19 en la salud mental de las personas trabajadoras brasileñas desde el inicio de la pandemia. “Observamos que muchos (as) empleados (as) que trabajaban desde casa sentían que necesitaban aparecer en línea y ponerse en contacto con sus jefaturas con más frecuencia para demostrar que seguían siendo productivos (as)”, explica.
Dice que el miedo a perder el empleo ha hecho que muchas personas se sientan inseguras y estresadas, lo que empuja a la gente a trabajar más duro y, finalmente, experimentar síndrome de agotamiento.
“Al enfrentarse al regreso al trabajo presencial, muchas personas anticiparon impactos negativos debido a las preocupaciones sobre la seguridad de COVID-19”, añade Chapadeiro. “El aislamiento les hizo desarrollar una especie de ‘fobia social’”.
Investigadores (as) del Instituto de Psiquiatría del Hospital Clínico de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo afirman que esta “fobia específica”, vinculada al miedo a contagiarse de COVID-19, era algo que la gente no había experimentado antes.
“El miedo y la ansiedad son respuestas psicológicas comunes y esperadas en situaciones como esta, pero a veces, en circunstancias específicas, pueden surgir algunos trastornos relacionados con la ansiedad”, dice el psiquiatra Rodolfo Damiano, de la Universidad de São Paulo.
En estos casos, las personas contagiadas pueden evitar salir de casa, tocar objetos y hablar con otras personas, incluida su propia familia.
La periodista Ana Paula Freire, de 53 años, solía sufrir ataques de pánico cada vez que iba al supermercado o a la farmacia.
“Estaba muerta de miedo de contraer COVID-19”, dice. “Tengo rinitis crónica y un sentido del olfato comprometido, así que solía levantarme temprano en la mañana para ‘comerme’ mi pasta de dientes y comprobar si todavía tenía gusto, porque pensaba que había estado infectada todo el tiempo”.
Para algunas personas, verse a sí mismas frente a la cámara durante períodos prolongados, ha llevado a percepciones distorsionadas de la propia imagen, lo que desencadena la llamada “dismorfia del zoom”.
“A medida que las videollamadas se volvieron algo común, algunas personas sintieron que sus defectos faciales se magnificaban ante la cámara o que sus colegas examinaban constantemente su apariencia”, explica Chapadeiro.
“Esto no sólo causó ansiedad, sino que también generó sentimientos de necesidad de cambiar o arreglar la apariencia”.
Este fue el caso de María (nombre cambiado), que trabaja en una universidad brasileña. Pasó a trabajar desde casa durante la pandemia y dio clases a través de Zoom.
“Solía pasar largas horas frente a la cámara entre clases y reuniones, mirándome constantemente, hasta el punto de que comencé a sentirme incómoda con mi nariz”, dice.
María ya había estado bajo tratamiento psiquiátrico por ansiedad y problemas de sueño. En 2021 decidió someterse a una rinoplastia para alterar el aspecto de su nariz. “Nadie en mi familia entendió por qué hice esto”, confiesa a SciDev.Net.
“Incluso comencé a sentir arrepentimiento y miedo de que algo pudiera salir mal, lo que me obligaría a ir al hospital y potencialmente infectarme de COVID-19”, relata.
Acceder al apoyo de salud mental durante la pandemia fue un desafío debido a que los sistemas de salud se centraron en los esfuerzos de respuesta a la COVID-19. Esto dejó a algunas personas sin la asistencia de salud mental necesaria cuando más la necesitaban.
Jackie Nankya, sobreviviente de COVID-19 que vive con una discapacidad en la aldea de Busabala, en el centro de Uganda, destacó los desafíos particulares que enfrentaron las personas con discapacidad durante la pandemia y los confinamientos. Señaló que el acceso a servicios esenciales, incluidas las vacunas, fue difícil debido a que los centros de vacunación eran inaccesibles debido a las largas colas.
“Íbamos al centro de salud más de dos veces al día, pero las colas eran demasiado largas”, explica Nankya, que camina con muletas y empezó a sentirse ansiosa cuando pensó en el acceso. Ella destaca la necesidad de que las autoridades sanitarias diseñen programas inclusivos para futuras emergencias sanitarias.
Nankya, madre de dos hijos, también compartió su lucha personal con problemas de salud posteriores a la infección, particularmente relacionados con la respiración y la depresión, que han impactado significativamente su vida diaria.
El acceso a los servicios públicos de salud mental también fue difícil durante este tiempo, porque muchos cerraron por el riesgo de contagio.
En países como Brasil, un país de ingresos medianos altos, quienes tenían seguro médico privado sí podían recibir terapia en línea y obtener recetas digitales, lo que amplió las desigualdades.
La forma en que la administración del entonces presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, manejó la emergencia sanitaria también contribuyó a peores resultados de salud mental para las personas confinadas en sus hogares, dicen los (as) expertos (as).
La población brasileña recibió recomendaciones contradictorias, recuerda Lucas Arrais de Campos, estudiante de doctorado en la Universidad de Tampere, Finlandia, que ha estado analizando los impactos psicológicos de la pandemia de COVID-19 en Brasil.
“El llamado del presidente para la reapertura de escuelas y negocios contradecía las recomendaciones de los (as) científicos (as) sobre el distanciamiento físico”, comenta a SciDev.Net por correo electrónico.
“La gente se volvió insegura y empezó a anticipar preocupaciones e incertidumbre sobre cuánto duraría la pandemia”.
La pandemia también hizo que el duelo fuera más difícil de lo habitual. En su peor momento, a las personas hospitalizados se les impidió recibir visitas y muchos familiares y amigos (as) no pudieron despedirse de sus seres queridos. En muchas ciudades se prohibieron los velorios o se limitó el número de personas.
El tío de Ludel Viana fue una de las primeras víctimas del COVID-19. “Se infectó en abril de 2020 y murió unas semanas después”, dice. “Fue un "shock" que sumado a los otros problemas, me obligó a buscar ayuda profesional y tomar medicamentos”.
Viana dice que ahora está mejor, pero que también le resulta difícil adaptarse a una “nueva normalidad”.
La pregunta que enfrentan los (as) investigadores (as) y formuladores (as) de políticas en Brasil es cómo manejar la cantidad sin precedentes de personas que pueden necesitar asistencia de salud mental a raíz de la pandemia.
“Brasil necesita invertir más en salud mental, especialmente en atención primaria de salud”, dice el médico Helian Nunes de Oliveira, de la Facultad de Medicina de la Universidad Federal de Minas Gerais.
“No se trata sólo de formar a psicólogos (as) y psiquiatras, sino a todos (as) los (as) profesionales que interactúan con personas en apuros o con trastornos mentales”, subraya.
En julio de 2023, el Ministerio de Salud de Brasil anunció que liberaría R$ 200 millones (US$ 38,7 millones) para financiar centros de atención psicosocial y servicios residenciales terapéuticos con el fin de aliviar la cantidad de demandas de recursos de salud mental de los municipios.
El pronóstico es que, hasta el próximo año, 2024, el ministerio libere un total de R$ 414 millones para fortalecer las políticas de asistencia a la salud mental, lo que representará un aumento del 27 por ciento en el presupuesto. “Sin embargo, para acercarnos a los países con mayores ingresos, necesitaríamos invertir diez veces más”, señala Oliveira.
Si bien las personas de los países de ingresos bajos y medios tienen más probabilidad que las de los países y territorios de ingresos altos de decir que sufrieron daños graves por problemas de salud mental durante la pandemia de COVID-19, esos países son los menos propensos a dedicar recursos sustanciales a servicios de salud mental, según la Encuesta Mundial de Riesgos 2021.
Las repercusiones de la pandemia en la salud mental han aumentado por la escasez de prestaciones de seguridad social en muchos de esos países, así como por el acceso limitado a la atención sanitaria y las malas perspectivas de ingresos.
Si bien la pandemia ya no es una emergencia sanitaria mundial, los efectos en la salud mental continúan.
“Esta crisis ha puesto a la salud mental en el centro de atención, enfatizando que cuidar nuestra mente es tan crucial como cuidar nuestra salud física”, precisa el psiquiatra Dalal.
Ed Morrow, director senior de campañas de la Fundación Lloyd’s Register, dice que los gobiernos, los entes reguladores, las empresas, las ONG y los organismos internacionales, trabajando en asociación con las comunidades locales, deberían utilizar los hallazgos para informar y orientar políticas e intervenciones que hagan que las personas estén más seguras.
“Las dos primeras ediciones de la Encuesta Mundial de Riesgos se llevaron a cabo en 2019 y 2021, lo que nos dio la oportunidad de evaluar cómo la pandemia de COVID-19 había impactado en las percepciones de riesgo de las personas en todo el mundo”, dice.
“Los datos para la tercera edición de la encuesta se están recopilando ahora mismo y nos permitirán ver si los cambios identificados en la ola anterior fueron fenómenos de corto plazo relacionados con la pandemia, o parte de una tendencia de más largo plazo”.
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Este artículo fue producido por la edición Global de SciDev.Net y ha sido editado por brevedad y claridad por la edición de América Latina y el Caribe.
Lloyd’s Register Foundation es una organización benéfica de seguridad global independiente que apoya la investigación, la innovación y la educación para hacer del mundo un lugar más seguro. Su misión es utilizar la mejor evidencia y conocimientos, como la Encuesta Mundial de Riesgos, para ayudar a la comunidad global a centrarse en abordar los desafíos de seguridad y riesgos más apremiantes del mundo.
Personas usando cubrebocas en una estación de buses en Curitiba, Brasil, en septiembre de 2022. Algunas personas desarrollaron miedo a salir de sus casas y tener contacto con otros durante la pandemia de COVID-19.