Ciencia en el mundo

Cómo aterrizar la “ciencia paracaídas” para evitar el colonialismo científico

SciDev/ Meghie Rodrigues, Claudia Mazzeo, Zoraida Portillo and Roberto González
Rev. Manrique Vindas Segura
César A. Parral
15. 04. 23

La “ciencia paracaídas” es una forma de perpetuar las prácticas de colonización desde el Norte. También se le llama “investigación helicóptero”, “dependencia académica” o “colonialismo científico”. Implica temas financieros, de agendas y de publicaciones en revistas de alto impacto en inglés.

Los pueblos originarios poseen muchos saberes botánicos, medicinales y climáticos ancestrales que son codiciados por las denominadas “investigaciones helicóptero”.

Fuente:
SciDev/Zoraida Portillo

“Los (as) que vienen de afuera no conocen la realidad, la geografía ni la idiosincrasia de la población; acá hay que trabajar hasta con invasores (as) de terrenos asentados (as) en zonas peligrosas, ¿Y a quién van a hacerle caso, a un extranjero o a un local?

Nuestra realidad la conocemos los (as) lambayecanos (as), ni siquiera los (as) limeños (as), menos los (as) extranjeros (as)”, dice, sin disimular su enojo, Carlos Burga, decano del Colegio de Ingenieros (as) de Lambayeque, región ubicada a 770 km de Lima.

Se refiere al convenio suscrito en 2017 entre los gobiernos de Perú y el Reino Unido para reconstruir la infraestructura dañada por el fenómeno de El Niño que entonces asoló la costa norte del país latinoamericano.

Mientras conversa telefónicamente con SciDev.Net desde Chiclayo, la capital regional, las aguas de las intensas lluvias, aunadas al desborde de un río, discurren a raudales por las calles de su ciudad dejando a su paso damnificados y viviendas colapsadas.

“Nunca nos hicieron partícipes, nunca nos hicieron llegar una consulta en absoluto en ninguno de los campos [de reconstrucción o prevención], aquí están los resultados”, señala.

En el marco de ese acuerdo se pusieron en marcha 137 proyectos con una inversión aproximada de US$ 3.300 millones en nueve regiones del país. Pero Burga asegura que los (as) técnicos (as) locales nunca fueron consultados (as), una queja que también tienen especialistas en gestión de riesgo de las otras regiones incluidas.

“Hay puntos críticos conocidos por la población, por los entes técnicos, pero si no se articula con la sociedad civil, con los colegios profesionales, si no se conoce el terreno, no hay forma de lograr el éxito”, afirma.

La finalidad de ese convenio era promover procesos de contratación transparentes en soluciones integrales para el control de inundaciones de ríos, quebradas y drenajes pluviales en ciudades de la costa, pero se ha convertido en un ejemplo que ilustra cómo algunos acuerdos, proyectos o investigaciones diseñados en los países desarrollados muchas veces están desconectados de la realidad local a la que pretenden beneficiar y no toman en cuenta ni los saberes ni la experiencia de los países en desarrollo.

Es lo que en círculos académicos se conoce como “ciencia paracaídas”, “investigación helicóptero”, “dependencia académica” o “colonialismo científico”, una práctica por la cual los (as) investigadores (as) o científicos (as) del hemisferio norte vienen a los países del sur a recoger muestras, datos o información, pero sin reconocer posteriormente el trabajo de los (as) científicos (as) locales que brindaron insumos, conocimientos y tiempo para esa investigación.

En otros casos, los países desarrollados imponen agendas de investigación sobre temas que no son prioritarios para los países que reciben el financiamiento o, como en el caso que indigna a Burga, el conocimiento local es dejado de lado para imponer “soluciones” descontextualizadas o aptas para otras realidades.

El perjuicio es para toda la ciencia

La ciencia “paracaidista” daña la ciencia global, no solo a la de los países en desarrollo, afirma la paleontóloga brasileña Aline Ghilardi, profesora de la Universidad Federal de Rio Grande do Norte y una de las (os) fundadoras (es) del movimiento #UbirajaraBelongsToBR, surgido en las redes sociales a finales de 2020, cuando un dinosaurio del noreste de Brasil, el Ubirajara jubatus –el primero en presentar estructuras similares a plumas– fue descrito en la revista Cretaceous Research.

El fósil había sido llevado subrepticiamente a Alemania en la década de 1990 y guardado en un museo. En su caracterización no participó ningún paleontólogo (a) brasileño (a) sino de Alemania, Reino Unido y México.

Entonces, un grupo de investigadores (as) de Brasil se movilizó a través de las redes sociales para demandar la repatriación del fósil.

Meses después, el estudio con su descripción fue retractado y el movimiento #UbirajaraBelongsToBR se volvió viral, ocupando titulares en periódicos de Brasil y de todo el mundo. Tras largas negociaciones, el estado de Baden-Württemberg decidió, en julio del año pasado, que el Museo de Historia Natural de Karlsruhe debe devolver el fósil a Brasil, regreso que aún no se ha materializado.

Pero los (as) investigadores (as) involucrados (as) en el movimiento brasileño, junto a otros colegas del Sur Global, decidieron mostrar hasta qué punto el colonialismo científico es una práctica dañina para la ciencia mundial: revisaron casi 200 estudios publicados entre 1990 y 2021 y encontraron que más de la mitad de ellos no incluía a paleontólogos (as) locales.

Además, el 88 por ciento de los ejemplares encontrados en Brasil descritos en estos estudios estaba fuera del país, algunos adquiridos ilegalmente en el lucrativo mercado de venta de fósiles.

A principios de 2022, el grupo del que participa Ghilardi publicó otro estudio en la revista Nature Ecology & Evolution mostrando cómo los países desarrollados prácticamente monopolizaron la producción de conocimiento en paleontología durante las últimas tres décadas, con 97 por ciento de investigaciones realizadas especialmente por científicos (as) de Estados Unidos de América, Alemania, Reino Unido, Australia, Suiza y Francia en ese periodo.

Entre los países destinatarios de la ciencia paracaídas en América Central y del Sur,  están Colombia, Ecuador, Panamá y Belice, detalló el estudio. La República Dominicana es el país más afectado del mundo por este problema.

Conocimientos locales y saberes ancestrales: invisibles

Pero el problema está lejos de ser un asunto que incumba solo a la paleontología. En febrero de este año, 124 ornitólogos (as) de 19 países de la región denunciaron en la revista Ornithological Applications la marginalización sistemática que sufren por parte de instituciones académicas de Estados Unidos de América y Europa.

Según ellos (as), esta discriminación desvaloriza los conocimientos producidos por las comunidades indígenas sobre las aves que habitan la región. “Básicamente el investigador (as) llega del extranjero, colecta sus muestras, sus datos, se retira y tiene el mínimo posible de interacciones con lo que está ocurriendo en la comunidad. Hay muchos casos como éstos”, explica a SciDev.Net Ernesto Ruelas Inzunza, investigador mexicano y uno de los (as) autores (as) del documento.

Debido a la naturaleza de los conocimientos que implica, la etnobotánica es otra disciplina susceptible a estas prácticas con el agravante de que muchas acciones devienen en delitos de biopiratería.

El antropólogo y etnobotánico peruano Fernando Roca reconoce que muchas veces los (as) investigadores (as) recogen información valiosa de los pueblos originarios y nunca más se les vuelve a ver, a pesar de existir normas jurídicas nacionales o internacionales de protección de los conocimientos locales.

“Hay preguntas clave que deben ser respondidas previamente a la formulación de una investigación, especialmente en campos donde hay un conocimiento primario u originario asociado, como ¿Quién va a ser el dueño de esos (nuevos) conocimientos: quienes ya lo tenían desde siempre o los que financiaron la investigación?”, indica Roca, docente principal de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

En la salud pública la práctica también es muy común, incluso cuando el foco de investigación son las enfermedades tropicales y desatendidas típicas de los países en desarrollo, tal como lo destaca Marcelo Gomes, investigador de modelos epidemiológicos de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) en Río de Janeiro.

Los países del norte global interesados ​​en estas enfermedades requieren, necesariamente, ponerse en contacto con los países donde son endémicas, “pero es muy común, lamentablemente, que terminemos teniendo un 'rol' de simple proveedores (as) de datos, y quienes vienen de afuera se consideran con la condición intelectual, tecnológica y financiera para implementar soluciones para nosotros (as)”, señala.

Esta postura, dice Gomes, no siempre es algo explícito. “Es en el piso de negociaciones y en la distribución de tareas que estos roles se vuelven más claros de quién termina teniendo una voz efectiva en el avance de la discusión científica”.

Una investigación realizada en Argentina para explorar si la agenda de investigación internacional establecida por grandes empresas e instituciones académicas líderes influye indirectamente en la investigación académica del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), encontró que los términos vinculados a la biología molecular y la investigación del cáncer dominan la agenda de investigación de las ciencias biomédicas y salud de esa institución.

El estudio encontró también que la investigación en esas disciplinas, al estar acaparada por las grandes compañías farmacéuticas, prioriza la exploración de nuevas intervenciones farmacológicas por encima del estudio de los factores socioambientales que influyen en la aparición y progresión de las enfermedades, aspectos que son considerados marginales.

Para los (as) autores (as), este enfoque promueve el desarrollo de tratamientos más que la elaboración de medidas de prevención.

Pero Fernando Peirano, presidente de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación, organismo dependiente del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Argentina, precisa que “la ciencia siempre avanza sometida a diferentes sesgos que atentan contra la diversidad de voces y contra la atención a problemas relevantes”.

“Estos sesgos son de diferente naturaleza, algunos son culturales, otros institucionales y muchos de ellos responden a factores económicos”, admite y añade que “la ciencia deja de brindar soluciones cuando esos sesgos dominan el rumbo y cooptan los procesos de validación de los resultados. […] El esfuerzo tiene que estar dirigido a asegurar que sean las mejores ideas y los aportes más relevantes los que lideren el avance y cimenten las nuevas certezas científicas”. Sin embargo, una de las claves parece ser el factor económico.

Negociaciones complejas y asimétricas

Marcelo Gomes admite que es muy complicado llegar a un consenso en el proceso de negociación, y que esto suele ser más factible cuando los del norte ven que los (as) investigadores (as) del sur tienen técnicas y metodologías avanzadas para hacer su trabajo. “Pero las relaciones invariablemente parten de una base desigual. Después, se igualan, cuando se puede. Pero es una situación muy difícil”, expresa.

“Históricamente, la cooperación internacional con los países de América Latina ha seguido una agenda de temas que responde más a la visión o intereses propios de quienes ofrecen los recursos, que a las prioridades latinoamericanas”, reconoce desde Buenos Aires, Mario Albornoz, del Centro de Estudios sobre Ciencia, Desarrollo y Educación Superior (Redes) de Argentina.

No es partidario del término “colonialismo” en ciencia y tecnología porque a su juicio “es una categoría más ideológica que precisa”, pero sí admite que existen asimetrías “y que éstas son muchas veces irritantes”.

Tampoco a Pablo Kreimer, director del Centro de Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad Maimónides, en Buenos Aires, le gusta usar ese concepto, que le parece exagerado, porque supone que los (as) “colonizados (as)”, “es decir los (as) científicos (as) en países periféricos, tienen una dependencia absoluta de los centros científicos hegemónicos, localizados en los países científicamente más desarrollados, o bien que sus grados de libertad son muy limitados”.

No obstante, sostiene que “en la orientación de las agendas científicas (los temas que dominan la investigación) en un espacio crecientemente globalizado, el peso de las agencias de financiamiento de los países centrales –como las de Estados Unidos de América– o las supranacionales –como las europeas– es mucho más fuerte que las orientaciones nacionales de los países con menor desarrollo, como los de América Latina”.

Fernando Roca cree que un término más exacto sería “comercialización del conocimiento”. “Se piensa mucho en los beneficios económicos de una investigación o de una inversión pero se piensa poco en los territorios donde habita gente”, precisa.

Desde Uppsala, Suecia, donde es profesor de genética y mejoramiento en la Universidad de Ciencias Agrícolas (SLU), el peruano Rodomiro Ortiz tiene una mirada diferente, fruto de décadas de colaboración desde el hemisferio norte.

“Yo no diría que el financiamiento en sí ha sido diseñado para promover este tipo de colonialismo científico, se puede jugar con ello en (sic) base a los (as) que lo manejan, o a los (as) que lo aceptan, y a cuánto están dispuestos (as) a aceptar los (as) que reciben ese financiamiento en el sur”, señala por Zoom a SciDev.Net.

Aunque admite que hasta años recientes era una práctica generalmente aceptada por los organismos internacionales que los (as) investigadores (as) de países desarrollados recogieran información de los programas e investigadores (as) de países en desarrollo y las usaran para formular recomendaciones de políticas a esos mismos países. 

Ahora eso es cada vez menos tolerado e incluso muchas revistas científicas reconocen que no es suficiente participar solo en la recolección de datos, sino involucrarse en todo el proceso de la investigación y están estableciendo estándares para comprobarlo.

Otro espinoso asunto: las publicaciones

Lo que señala Ortiz pone sobre la mesa el debate sobre el actual modelo de evaluación de la calidad de la investigación basado en citas que, aunque no lo parezca, también induce al colonialismo científico porque fuerza a publicar en revistas de alto impacto que, como están dominadas por el norte global, tienen parámetros que responden a esas agendas en las cuales, salvo contadas excepciones, la ciencia local no tiene cabida.

“Los grupos que tienen más financiación tienen más trabajos publicados, que a su vez son el parámetro para distribuir los recursos. Esto crea un agujero negro que dificulta que surjan ideas de investigación innovadoras. Entonces fomentas más de lo mismo, y eso está matando a la ciencia”, afirma categórica la brasileña Ghilardi para quien las agencias de fomento “son mecanismos de concentración de poder”.

Además, al publicarse en inglés, las revistas científicas limitan el acceso a muchos (as) científicos (as) de nuestra región que no dominan ese idioma lo que coadyuva a que muchos conocimientos locales generados en otras lenguas sean relegados a revistas locales, de poco impacto.

“Nos guste o no, el inglés es el lenguaje de la ciencia. Publicar en castellano hoy es día es ineficiente, porque simplemente nadie lo va a leer”, responde tajantemente Ortiz.

Pero María Paula Fernández Certuche, bióloga originaria del pueblo Kokonuko, ubicado en la cordillera central andina de Colombia, no está de acuerdo. Para ella, y otros (as) científicos (as) indígenas, el idioma es un obstáculo para poder llevar sus investigaciones a las revistas del norte global.

“Además de los costos de publicación (que pueden llegar a los mil dólares), exigen que esté en inglés, lo que implica contratar a un traductor. A esto se agrega la necesidad de pagar para leer las investigaciones de otros académicos, sin mencionar los costos de la investigación como tal”, refiere.

Mientras estudiaba en la Facultad de Ciencias Exactas en la Universidad del Cauca, al suroccidente del país, tuvo que enfrentar la incomprensión de profesores (as) y estudiantes que cuestionaban los temas de sus investigaciones, que incluían la incorporación de los conocimientos tradicionales de sus pueblos.

“Los saberes ancestrales hay que valorarlos y respetarlos y hay formas de compartir los beneficios amparados internacionalmente, pero la mejor forma de hacerlo es que haya investigadores (as) de esos países que escriban los artículos en inglés para hacer la diseminación del conocimiento. La solución no es escribirlos en la lengua local, no los va a leer nadie”, asegura Ortiz.

Para Roca, la clave está en el retorno de la investigación. “El objetivo no puede ser solamente publicar”, expresa.

“Siempre hay que plantearse cómo retornar la investigación hacia la gente con la que se está trabajando y somos nosotros (as) mismos (as), los (as) investigadores (as) del Sur, los que tenemos que pensar cómo hacerlo.

"Conozco el caso de un antropólogo que hizo una investigación en dos pueblos indígenas amazónicos y luego la plasmó en libros bilingües para los colegios de la zona, para que mientras aprendían a leer en castellano los (as) escolares recuperaran la tradición oral de sus padres. Esa es una buena manera de retribución”, precisa.

Albornoz, por su parte, cree necesario fortalecer las revistas y bases de datos en español pensando en los públicos locales. “Más complicado es el problema de las publicaciones “mainstream”, [es decir aquellas que forman parte de la “corriente principal” de la ciencia, N. de R.] por las barreras que ponen a la difusión de la ciencia latinoamericana y su incidencia en la jerarquización de los problemas a investigar. En este sentido, el movimiento hacia una ciencia abierta es estratégico y merece un amplio apoyo”, sostiene.

Lo que se puede hacer

¿Es posible en el corto o mediano plazo revertir esta dependencia académica y generar investigaciones más en sintonía con nuestras necesidades de desarrollo? Algunas agencias de cooperación internacional están comenzando a tomar medidas para mitigar estas diferencias, como SIDA de Suecia, que para otorgar financiamiento a países del hemisferio sur ha establecido una serie de controles para cerciorarse de que los socios están participando plena y activamente en todo el proceso.

En el caso de la cooperación internacional británica, SciDev.Net trató de comunicarse por varios canales con algún vocero que respondiera a las críticas de Burga y otros (as) profesionales (as) peruanos (as), pero hasta el cierre de este reportaje no fue posible obtener ningún comentario.

“Muchos exigen que determinados proyectos de investigación cuenten con la participación de grupos de países en desarrollo, y se preocupan de hacer circular el dinero a través de intercambios, financiación de eventos y viajes entre los distintos países participantes”, dice Gomes.

“Ya es un esfuerzo, pero no es suficiente. La integración real entre grupos es más complicada porque se trata del día a día de la investigación”, observa.

Aline Ghilardi cree que los movimientos para descolonizar la ciencia han ganado terreno en el debate internacional, pero aún queda un largo camino por recorrer para lograr cambios efectivos en los sistemas de publicación y evaluación de calidad de los (as) científicos (as).

“Estas son cosas difíciles de hacer, pero debemos comenzar a diseñar un plan sobre cómo lograrlo. Tienes que comenzar en alguna parte”.

Según Peirano “las políticas nacionales necesitan un acompañamiento y una articulación que sólo pueden resolverse en los foros multilaterales”.

Pero admite que estos ámbitos, lejos de verse fortalecidos en los últimos años, “se han visto debilitados por la falta de compromiso de muchos países de gran relevancia tanto por el peso de su sistema científico como por su rol de financiadores de estas instituciones”.

“Frente a una integración latinoamericana, que aún está en sus primeros pasos, debemos procurar que considere a la ciencia y la tecnología como uno de sus principales pilares y que los vínculos que construyamos sean vínculos entre pares, con prioridades relevantes para llevar más oportunidades y soluciones a los pueblos”, añade.

Este artículo fue producido por la edición de América Latina y el Caribe de SciDev.Net

Reconstrucción artística del Ubirajara jubatus que aún permanece en un museo alemán a la espera de su repatriación a Brasil.

Fuente: Cortesía de Márcio Castro para SciDev.Net

El Dr. Pablo Kreimer es profesor titular de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Es sociólogo egresado de la Universidad de Buenos Aires (UBA), e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), todos de Argentina. Obtuvo un doctorado en "Ciencia, Tecnología y Sociedad" del Centro STS, Francia. El Dr. Kreimer da su opinión sobre el reto de América Latina para enfrentar la ciencia "ciencia paracaídas", o "investigación helicóptero".