Dios (o uno de ellos) resbaló de su nube; o estaba aburrido y se dejó caer.
El caso es que un día lo encontré en cualquier acera. Y como ya era uno de nosotros, a veces tuvo hambre y tedio y miedo. Durmió mal, hizo un crucigrama, derramo un café, se cabreó, envejeció... Perdió, ganó, caminó por el parque, pudo verse asalariado y hasta ejerció su santo derecho de dudar de sí mismo.
Por ahora, los dos seguimos a veces laicos, a veces pinos, en esta guerra-tregua sin antídotos, que nos une y nos separa sin remedio.