Dos poderosos terremotos ocurridos este mes causaron graves daños en la capital de México y otras ciudades. El primero ocurrió el 7 de septiembre con magnitud 8,1 y causó 98 muertos. El segundo sucedió el 19 de setiembre con magnitud de 7,1 y causó más de 200 muertos y miles de heridos. El día siguiente, el 20 de setiembre un terremoto de magnitud 6,1 en la escala de Richter sacudió la costa occidental de Japón, pero no ocasionó víctimas ni alerta de tsunami, pero aún se hace el recuento de daños materiales. Meses antes, el 16 de abril un terremoto afectó Japón y luego, el mismo día, otro devastó Ecuador. En este país el número de víctimas actualmente asciende a 650, aún con daños incalculables a edificios e infraestructura. Mientras que estos terremotos de gran magnitud son afortunadamente atípicos, los terremotos en general son bastante comunes. Solo el año pasado, se registraron 801 movimientos telúricos en Japón, y más de 50.000 alrededor del mundo.
Dos potentes terremotos sacudieron México uno el pasado 7 de setiembre y otro el 19 de setiembre, exactamente 32 años después del poderoso sismo que provocó miles de muertes en Ciudad de México el 19 de setiembre de 1985.
El presente ensayo se enfoca en la vida de las personas que deciden asentarse en áreas vulnerables a terremotos, actividad volcánica, huracanes y tsunamis, y consulta a algunos de los científicos que monitorean y estudian los riesgos de estas áreas.
Estudios muestran que los indígenas que vivieron antes de la llegada de los españoles en lo que hoy es Nuevo México ya hablaban de terremotos.
Morelia, en el actual México, es una ciudad de un millón de habitantes en el Eje Volcánico Transversal de México, donde las fallas geológicas causan temblores regularmente.
Cada día, se le recuerda a Anita Ordóñez de 72 años, sobre la inestabilidad geológica de su lugar de residencia. Su casa cada vez está más inclinada, y tiene una grieta prominente en la pared de su sala de estar.
“Los investigadores de la universidad vinieron a estudiar lo que estaba pasando, y prometieron volver para ayudar, pero nunca lo hicieron”, dice Ordóñez a SciDev.Net.
“A pesar de que hay expertos en ingeniería sísmica en Morelia, un alto porcentaje de las viviendas no está construida con la historia sísmica de la zona en mente”, dice Víctor Hugo Garduño Monroy, geólogo en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia.
“Es cierto que la ingeniería ha hecho grandes progresos en la construcción de edificios antisísmicos grandes y pequeños, pero también es cierto que aún no construimos suficientes estructuras que responden a las realidades geológicas”.
Treinta minutos para evacuar
En Ecuador, científicos del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional han estado monitoreando durante décadas el Cotopaxi, un volcán de 5.987 metros de altura, que se ubica a unos 50 kilómetros de Quito. Desde 1738, ha hecho erupción más de 50 veces.
“Si hay erupciones de cualquier magnitud en el Cotopaxi, el principal fenómeno que ocurre y que puede ser peligroso para las comunidades aledañas es la lluvia de cenizas, lahares (flujos de lodo) y escombros rocosos. También puede tener un impacto significativo en la economía, como en el caso de las erupciones de agosto y setiembre del año pasado”, explica a SciDev.Net el director del Instituto Geofísico, Mario Ruiz.
Silvana Hinojosa, estudiante de 27 años que vivió en Ecuador durante las erupciones, recuerda vívidamente un episodio:
“Fue un sábado, cuando muchas personas suelen ir al mercado”, dice. “Las autoridades dieron la orden de evacuar la ciudad completa, diciendo que solo teníamos treinta minutos. La gente corría por todo lado –era un caos-, mostrando claramente que nadie estaba preparado”.
Tras la huella de los huracanes
En el Caribe, los huracanes ocurren tan frecuentemente que incluso marcan un ciclo estacional.
La temporada de huracanes de la región va de junio a noviembre, con las tormentas más severas típicamente llegando de junio a octubre.
Jamaica es frecuentemente azotada por los huracane.
“Entre los eventos más notables destacan la famosa tormenta Charlie en 1951, el huracán Gilbert en 1988 y el huracán Iván en 2004, los cuales tuvieron un gran impacto en toda la isla, mientras que otros eventos solo afectaron algunas de sus partes, a lo largo del Corredor Sureño o del Corredor Nordeste, con inundaciones ocasionales o deslizamientos en algunas comunidades del interior”, Ronald Jackson, director ejecutivo de la Agencia de Gestión de Emergencias Desastres del Caribe, comenta a SciDev.Net.
Dice además que toda la población de Jamaica –casi tres millones de habitantes- están en riesgo por los huracanes, aunque la extensión del impacto depende de su nivel de exposición y vulnerabilidad.
“En 1988 el huracán Gilbert desplazó a 800.000 personas aproximadamente”, dice.
“Una tormenta de naturaleza y trayectoria similares podría haber resultado potencialmente en muchos menos desplazados hoy en día, debido a las mejores técnicas de construcción y una mejor preparación”.
Aunque alrededor de 470 comunidades vulnerables continúan viviendo en la isla, un huracán desplazaría hoy en día a 100.000 o 200.000 personas, continúa Jackson.
De acuerdo con Jackson, el huracán Iván fue un aviso de alarma en 2004, y desde entonces ha mejorado notablemente la preparación.
“Existen campañas de preparación impulsadas a nivel nacional, conducidas por la Oficina de Preparación de Desastres y Gestión de Emergencias, pero también hay actividades, campañas de prevención y publicidad lideradas por el sector privado”, indica.
Los medios locales emiten programas al inicio de la temporada de huracanes para promover la conciencia y preparación entre la población local y las agencias gubernamentales.
Cada año, la Administración Nacional para los Océanos y la Atmósfera de Estados Unidos (NOAA por sus siglas en inglés) también invita a las personas que viven en áreas propensas a sufrir ciclones tropicales, tales como huracanes y tifones, a tomar parte de la Semana de Preparación para los Huracanes, un evento que pretende preparar a los ciudadanos para las tormentas que golpean la isla.
El muelle que cruzó el Pacífico
El terremoto submarino de magnitud 9 que golpeó el nordeste de Japón el 11 de marzo del 2011, desató un tsunami devastador que barrió edificios y partes de infraestructura, incluyendo un gran muelle.
El 5 de junio del año siguiente, el muelle llegó a la costa oeste de Estados Unidos, cerca de Newport, Oregón. La ciudad también alberga una estación de investigación de la NOAA y el Centro de Ciencia Marina Hatfield de la Universidad Estatal de Oregon, los cuales estudian tsunamis.
Parte del muelle se convirtió en un monumento dedicado a aquellas víctimas del terremoto y tsunami de Japón.
El muelle también funciona como un recordatorio a los residentes de Newport que parte de la ciudad es vulnerable a los tsunamis.
“Pero el muelle también reforzó la idea equivocada de que los terremotos siempre suceden en otros lugares”, dice Patrick Corcoran, profesor de la Universidad Estatal de Oregón, quien educa a las personas acerca de peligros costeros.
“Cuando le preguntaba a la gente en la playa acerca de lo que harían si sintieran un terremoto en ese momento, no sabían contestar”, dice. “Estaban más conscientes pero no preparados”.
Newport yace junto a la zona de subducción Cascadia, de 1.100 kilómetros de largo a poca distancia de la costa, en donde un pedazo macizo de la corteza terrestre está siendo forzado bajo una sección menos densa. Por este motivo, la ciudad está en riesgo de terremotos de magnitud 9 –megaterremotos que pueden crear grandes tsunamis similares al de Japón del 2011.
“La investigación ahora indica que ha habido 41 eventos entre magnitudes 8 y 9 aquí en los últimos 10.000 años. Normalmente ocurren cada 250 o 500 años”, dice Corcoran, haciendo notar que el último evento fue en 1700 y hay un estimado de 37 por ciento de posibilidades de un terremoto de gran magnitud dentro de los próximos 50 años.
¿Por qué se queda la gente?
Las personas que entrevisté para esta historia compartieron sus experiencias únicas de vivir bajo la constante amenaza de desastres naturales.
Algunos de ellos simplemente no estaban al tanto del riesgo, pero incluso tras haber discutido los peligros de vivir en determinada área, muchos de ellos me dijeron que no quisieran mudarse a otro lado.
Le pedí a Takako Izumi, investigadora del Instituto Internacional de Investigación de Ciencias de Desastres en la Universidad de Tohoku, Japón, por qué algunas personas deciden vivir en áreas que son propensas a sufrir desastres naturales, aunque sus vidas y bienes estén en riesgo.
Dice que no hay una respuesta clara y convincente, a pesar de que el principal problema persiste en la falta de conciencia: “las personas no conocen los riesgos potenciales”.
Takako también resalta que desastres severos son poco frecuentes, por lo que la noción del peligro no penetra fácilmente. Si las personas no pueden aprender de la experiencia, no saben cómo protegerse a sí mismas, especialmente sin los sistemas de alerta temprana apropiados. Por ejemplo, si las personas no forman parte de los ejercicios y simulacros de evacuación, no sabrán dónde ir. Y aunque supieran, Takako añade, a menudo no hay subsidios financieros para la reubicación y la reconstrucción.
Últimamente, agrega, el asunto científico y político de la reducción del riesgo se reduce a la percepción pública. Un desastre severo puede ocurrir cada diez, 50 o 100 años, y muchas de las personas, incluidos los políticos, no están dispuestos a invertir en mitigación y preparación para tales eventos excepcionales.
El costo de reducir los riesgos también puede ser cultural y emocional. Para muchos, un área propensa a sufrir desastres también es el área donde sus ancestros han vivido por generaciones, y abandonar el lugar donde crecieron puede desarraigarlos. Algunas veces, la vida en peligro es preferible a la pérdida del espacio y la cultura de la cual no hay recuperación.Últimamente, agrega, el asunto científico y político de la reducción del riesgo se reduce a la percepción pública. Un desastre severo puede ocurrir cada diez, 50 o 100 años, y muchas de las personas, incluidos los políticos, no están dispuestos a invertir en mitigación y preparación para tales eventos excepcionales.
El costo de reducir los riesgos también puede ser cultural y emocional. Para muchos, un área propensa a sufrir desastres también es el área donde sus ancestros han vivido por generaciones, y abandonar el lugar donde crecieron puede desarraigarlos. Algunas veces, la vida en peligro es preferible a la pérdida del espacio y la cultura de la cual no hay recuperación.
La investigadora del Instituto Internacional de Investigación de Ciencias de Desastres en la Universidad de Tohoku, Japón, Takako Izumi, opina que no hay una respuesta clara a las motivaciones de algunas personas para vivir en áreas propensas a sufrir desastres naturales. Aunque en ello influyen múltiples factores, señaló como principal la falta de conciencia acerca de las consecuencias de una catástrofe y el riesgo al que se exponen, (Foto G.I.)