En el mundo, 1,5 millones de menores de edad quedaron huérfanos debido al COVID-19, en América Latina se concentra la mitad de ellos, con un 53% de niños (as) afectados (as) por la orfandad debido a la pandemia. Perú es el país más afectado en la Región.
Un estudio reveló que en América Latina al menos uno de cada mil niños, niñas o adolescentes perdió a su padre, madre, abuelo/a o responsables de su cuidado.
Debido a la pandemia prococada por el coronavirus SARS-CoV-2, al menos uno de cada mil niños, niñas o adolescentes perdió a su padre, madre, abuelo/a o responsables de su cuidado en América Latina. Esta Región registró más de 50 por ciento de orfandad por COVID-19, reveló un estudio
Según una investigación publicada por "The Lancet", que abarcó 21 de países de América, Europa, Asia y África, a nivel global 1,5 millones de niños se vieron afectados por la muerte de un cuidador (a) primario —padre, madre, abuelo/a o familiar adulto mayor de 60 años— por causas asociadas a la enfermedad.
“Esto significa que por cada dos adultos que mueren de COVID-19, queda un niño (a) que ha perdido a un cuidador familiar”, indicaron, por correo electrónico a SciDev.Net, Susan Hillis y Andrés Villaveces, personas autoras del estudio e investigadores (as) de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos de América (CDC, por sus siglas en inglés). Entre dos y cinco veces más niños (as) tuvieron padres fallecidos que madres fallecidas, estimaron.
Según la investigación, en Argentina, uno de cada mil niños (as) o adolescentes perdió a su padre, madre o abuelo/a. En Colombia la proporción asciende a dos de cada mil.
En Brasil, 2,1 menores por cada mil experimentaron estas pérdidas, y en México 3,1 atravesaron la misma situación. En Perú —el país más afectado— 9,6 niños (as) o jóvenes de cada mil se vieron afectados por la muerte de una persona a cargo de su cuidado.
“Las Américas representan 53 por ciento de todos los niños que perdieron a una madre, un padre o un abuelo cuidador debido al COVID-19”, agregaron Hillis y Villaveces.
“Las consecuencias graves a corto plazo para los niños (as) después de la muerte de un padre o cuidador incluyen un mayor riesgo de problemas de salud mental; mayor vulnerabilidad a la violencia física, emocional y sexual o exposición a la violencia doméstica; y dificultades económicas familiares”.
En este sentido, la psiquiatra Susana Grunbaum, presidenta de la Confederación de Adolescencia y Juventud de Iberoamérica Italia y Caribe (CODAJIC), comentó que como sucede en buena parte de América Latina, “todavía existe en muchos países o sectores dentro de un mismo país el modelo del hombre proveedor y jefe de hogar”. Al fallecer este, “la pérdida de ingresos puede ser más compleja”, señaló Grunbaum, quien no participó en el estudio.
“La pandemia dejó al descubierto diversas brechas de desigualdad que también se podrán observar frente a la orfandad. Se verán más afectadas las familias con mayores necesidades y tendrán más dificultades para resolver los cuidados que requieren niños, niñas y adolescentes”, explicó Grunbaum.
Además, agregó, la “situación dolorosa” por la pérdida de alguno de los padres o ambos, o de un familiar cercano a cargo, se vio agravada por circunstancias que incluyeron que chicos o chicas no hayan podido transitar el duelo de manera apropiada, por restricciones que abarcaron a las ceremonias de despedida, y por “la falta de espacios como la escuela para encontrarse con amigos y recibir apoyo de maestras y maestros”.
A su vez, “muchos se han sentido responsables o culpables de haber contagiado a los familiares, aun cuando esto no sea así”, añadió la psiquiatra infanto-juvenil.
A largo plazo, los niños y niñas que experimentan estas situaciones traumáticas incrementan las probabilidades de suicidio, embarazo adolescente y enfermedad cardiovascular, entre otros riesgos y afecciones, alertaron Hillis y Villaveces.
“Habrá que pensar en mecanismos de reparación, de contención y mitigación de las secuelas por la pérdida de familiares, generar respuestas de apoyo institucional, desde el punto de vista de la salud mental, y de apoyo a las familias y fortalecimiento de su situación particular”, dijo el pediatra Raúl Mercer, coordinador del Programa de Ciencias Sociales y Salud de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), quien no participó en el estudio.
Al respecto, Grunbaum cree que se debería planificar la prevención en forma integral, “considerando varias estrategias simultáneas”, entre ellas, el “apoyo psicoemocional desde los servicios de salud y en otros espacios territoriales o comunitarios”, tanto de niños como de adultos sobrevivientes.
Los abordajes también deberían tener en cuenta “el apoyo financiero a las familias que requieren complementar sus ingresos debido a la pérdida que sufrieron”, el monitoreo de la asistencia a clases de los adolescentes y la creación de propuestas que ayuden, mediante diferentes actividades —artísticas o de desarrollo de capacidades y talentos—, a “elaborar y superar lo traumático”, concluyó.
Las personas autoras del artículo científico son investigadores (as) de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés).